Antes de analizar al jugador de fútbol y valorar la dinámica del juego, deberíamos repasar nuestros modelos de aprendizaje. Si los hemos observado desde un lugar, hemos de observarlos desde otro distinto. Esto no significa que dejemos de observarlo como antes, pero el hecho de observarlos desde otro lugar amplifica muchísimo nuestras posibilidades. Debemos saber cómo está construido el conocimiento y conocer la procedencia de nuestros modelos de aprendizaje para encontrar otros caminos partiendo de la forma en que están organizados los seres vivos. Se trata de ver como somos por dentro realmente y sacar conclusiones de ello para luego relacionarlas con el juego. Después de crecer en una línea de conocimiento y de darme cuenta de que he vivido sobre evidentes mentiras, tras dar crédito a muchas ideas que me hacían creer algo que no era lo que realmente necesitaba, os invito a que busquéis por otro camino. No quiero decir que desterremos todo lo que tenemos, porque partimos de muchas cuestiones científicas y la evolución humana es ciencia y filosofía al mismo tiempo. Esto es una invitación para que pensemos juntos, lo que en cualquier caso no significa que pensemos todos de la misma forma.
Como resulta que no tenemos una concepción global y hemos fragmentado todo, hacemos dictadura de nuestro rincón, como si el ser humano estuviese partido. Por ejemplo, pretendemos hacer separación entre cuerpo y mente para indicar después que se trata de la suma de las piezas. Pero la realidad es que las piezas no se suman, sino que interactúan.
En fútbol, todos hablan de sumar las capacidades de losjugadores pero casi nadie habla de complementarlas, y esto último es lo que debe hacerse. Dentro del juego, la defensa, el ataque y las transiciones se deben distinguir pero no se deben separar y, sin embargo, los hemos separado. Como consecuencia de ello, hemos separado a los jugadores. Los de atrás se conforman con que no les metan goles, los de delante consideran que han triunfado si meten un gol aunque a su equipo le metan tres. De esta forma no podemos pedir a los jugadores que interpreten bien el juego porque resulta que únicamente ven una parte reducida. Hace falta la máxima colaboración para ser oposición del equipo rival, pero cada día resulta más complicado que los jugadores lo entiendan.
Como entrenadores, hemos de inculcar a cada jugador que la mejor forma de ayudarse a uno mismo es ayudando al resto del equipo.
Para poder concretar planteamientos es necesario hablar de jugadores con nombre propio. También resulta necesario tener en cuenta que, al final, el contrario es nuestro profesor. Nuestra riqueza está en función de las soluciones que encontremos en relación a lo que el adversario está haciendo. Es esencial que los jugadores jueguen con la intención del contrario, este es el gran valor. El adversario debe sentir que con tu posición y tu perfil estás eligiendo cualquiera de los lados de su posible salida. Sobre el terreno de juego cada jugador tiene que valorar las circunstancias que se produzcan y tomar la decisión que corresponda. En esto consiste fundamentalmente el entrenamiento: dotar al jugador de una riqueza conceptual para que sea él quien solucione. Por mucho que planifiquemos un partido, lo que ocurre en el campo es puramente espontáneo. Por mucho que sepamos, no sabemos nada de lo que va a pasar.
Los entrenadores sólo podemos orientar y estimular a los jugadores. Nosotros no podemos dar el conocimiento porque el conocimiento es un proceso interno. Para estimular la riqueza táctica de los jugadores hay muchos vehículos, y algunos no son puramente tácticos pero son necesarios para que despierten y tengan avidez por conocer lo que les vas a decir.
Juan Manuel Lillo
Entrenador Nacional de Fútbol.
Ex-Entrenador de Salamanca, Oviedo,
Tenerife, Zaragoza, Ciudad de Murcia, Terrassa,
Dorados (México), Real Sociedad y Almería.

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